lunes, 11 de octubre de 2010

eltorodemalena

alguien una vez escribió sobre mi, aunque no me llame Malena

Los toreros deben morir

Malena lleva dos colitas y viaja en un auto por las rutas de su país. Malena va pegada a la ventanilla. Va contenta porque el sol le da en la cara pero no la molesta. Malena ve los carteles de Osborne y dice que no. Dice que no moviendo las dos colitas. No parece La Chilindrina, parece Malena.
Malena fue a contarle a sus muñecas. Pocas cosas les cuenta a ellas. Sabe que tiene que irles con cosas trascendentales como para interrumpir la vida de una muñeca. Malena piensa eso porque se pone en lugar de muñeca. Tendría que escuchar a las nenas peleándose por un vestido o preguntándole como se hace para volar. Malena es muy inteligente.
El auto en el que viaja para al costado del camino. Es momento de un descanso y de algo rico. Baja del auto y estira las piernas. Le gusta estirarse, cierra los ojos de a poquito y sonríe, incluso a veces saca un bostezo. Después ya se siente lista para una taza de chocolate caliente que inmediatamente le alcanza su mamá.
Malena sopla un poco para no quemarse y contempla el paisaje. La ruta es larga, larguísima. Una ruta que hasta un ciempiés debería parar a descansar y tomar una taza de chocolate. Hay un sembrado bien amarillo que ya sabe que es, una vez le preguntó a su papá y ya sabe que son maíces. El cielo es bien celeste y ve a lo lejos otro cartel de esos que decoran la zona. Malena ve como el toro parece estar parado al costado de la ruta, piensa que espera a alguien, a una tora, tal vez.
Malena sabe quienes tienen la culpa si esos toros desaparecen. Se vuelve a enojar y vuelve a decir que no.
Malena está preocupada y a la vez tiene una certeza. Malena ya sabe qué no quiere ser cuando sea grande.

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